sábado, 8 de noviembre de 2008

Crecer o no crecer

Crecer o no crecer elmundo.es
¿Es posible crecer ilimitadamente en un mundo con recursos limitados?
Expertos y pensadores plantean la posibilidad de tender al decrecimiento

TANA OSHIMA
MADRID.- ¿Desaceleración? ¿Recesión? ¿Crisis consolidada? Los titulares de la prensa de los últimos meses han desatado la alarma sobre lo que algunos pensadores, economistas y ecologistas revolucionarios consideran un desastre anunciado. ¿Realmente nos hemos creído que es posible un crecimiento ilimitado en un mundo limitado? Ésta es la pregunta que los impulsores de este movimiento en auge que no nuevo, llamado decrecimiento, lanzan al aire al tiempo que responden con rotundidad: no es posible continuar creciendo a este ritmo porque no hay recursos naturales suficientes.

Desde el siglo XVIII se ha transformado el 45% del territorio del planeta. Hoy, las ciudades ocupan el 2% de todos los continentes y crecen a un 0,25% anual. En el último siglo, la población se ha cuadruplicado �y continúa creciendo un 1% cada año� y el consumo energético y de agua por persona se ha multiplicado por 20. Científicos y decrecentistas nos alertan: «¡Hemos sobrepasado la capacidad de carga de la Tierra!».
Y es un desastre anunciado porque ya lo habían advertido expertos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en los 70 cuando prepararon un informe para el Club de Roma, y mucho antes Mahatma Gandhi, y mucho antes los mismos economistas clásicos, como John Stuart Mill o Joseph Schumpeter, quienes auguraban que la acumulación indefinida no era posible y que tarde o temprano vendría el estancamiento. Pero la euforia económica de la segunda mitad del siglo XX trajo consigo la amnesia y pronto el mundo se olvidó de sus propios límites.
La teoría del decrecimiento se presenta como una alternativa, una tercera vía hacia un mundo más feliz, que va más allá del desarrollo sostenible (al que considera un oxímoron), pero más que proponer una solución concreta pretende romper con la creencia arraigada equiparable, según sus impulsores, a la fe religiosa de que el crecimiento económico aporta bienestar. El Producto Interior Bruto (PIB), dicen, es un indicador irreal, pues no tiene en cuenta el valor de los recursos naturales, que deberían estar integrados en la economía, ni los valores intangibles que sí repercuten en el flujo económico (como el trabajo doméstico o el deterioro de la vida social debido a un exceso de trabajo), ni la calidad de vida de las personas.
El sistema económico necesita un crecimiento continuado para mantenerse.
La idea es que hoy no somos más ricos porque tengamos más coches, sino más pobres porque tenemos menos selva amazónica. En palabras del antropólogo y economista francés Serge Latouche, uno de los actuales guías de este movimiento, vivimos en «una dictadura del índice de crecimiento» que «fuerza a las sociedades desarrolladas a vivir fuera de toda necesidad razonable». Es decir, la economía actual no puede sobrevivir sin dejar de crecer, de modo que cualquier desaceleración en el crecimiento supone un duro golpe a sus cimientos, y su buena salud pasa por continuar creciendo exponencialmente. La acumulación indefinida de bienes y servicios es, de hecho, el motor del actual modelo económico. Y no es cuestión de capitalismo o socialismo, señalan, ya que todos los modelos conocidos hasta ahora se han basado en el crecimiento.
Latouche recuerda la infelicidad que está provocando el modelo vigente, con un índice cada vez mayor de suicidios, ansiedad, miedo y necesidad de protegerse de los efectos adversos del desarrollo. Precisamente, el sistema de acumulación exponencial que mantenemos hoy es, según él, el que conduce a la enfermedad social llamada consumismo, que genera una avidez ilusoria y nos hace despreciar los objetos que tenemos aún válidos, pero no nuevos para desear los que no tenemos y que el mercado nos ofrece en bandeja. Un sistema que ha llegado a su propia contradicción, ya que el ritmo acelerado de producción de bienes sería casi inversamente proporcional al ritmo de pérdida de recursos naturales. «La rueda gira cada vez más rápido sólo para mantenernos igual, o peor», explica Ernest García, catedrático de Antropología en la Universidad de Valencia.
El decrecimiento invita a adoptar voluntariamente un estilo de vida más sencillo.
Por eso, más que nunca, para los decrecentistas, el objetivo es romper con la actual tendencia y devolver el medio ambiente a la esfera de los intercambios comerciales. Nicholas Georgescu-Roegen, padre del concepto, fue uno de los primeros en detectar las fisuras en el sistema económico y alertó de que éste no se correspondía con las leyes físicas y biológicas. De esas fisuras, dicen sus defensores, surgen problemas como la pobreza. Para ellos, algo está fallando cuando las acciones de una empresa suben al despedir masivamente a sus trabajadores o cuando las guerras aumentan el PIB de algunos países. «La máquina puesta en marcha para crear bienes y productos es la misma que crea sistemáticamente la miseria», dijo el ex diplomático iraní Majid Rahnema. Nuevos indicadores como la huella ecológica se alzan como alternativas más realistas al denostado PIB.
¿Cuál es la solución? El decrecimiento no se refiere a una desaceleración o un crecimiento negativo del PIB, sino a una ausencia de crecimiento económico en favor de un aumento del bienestar, acompañado de una reducción demográfica. El lema es «vivir mejor con menos»... ¿pero cómo? En este punto es donde se bifurcan los distintos teóricos. Están los que exigen renunciar a toda tecnología, los que auguran el fin de la civilización humana, los que proponen una reducción drástica de la población o los que confían en la sensatez del hombre para hacer una transición gradual hacia una sociedad del bienestar verdadera. «Se trata de mantener cierto nivel de vida. Más lento, más pequeño, mejor», dice Ernest García. En todo caso, la transición hacia el decrecimiento no puede plantearse en términos económicos, recuerda Latouche.
Así pues, no existe un modelo definido, pero sí sugerencias de una sociedad futura basada en la cooperación, la eficiencia y el respeto a la naturaleza, donde la tecnología adecuada, como las energías renovables, nos permitirían mantener muchos de los hábitos de vida a los que estamos acostumbrados. «No es cuestión de volver a las cavernas», añade el catedrático, para alivio de muchos. Pero... ¿qué tienen de malo las cavernas?, se pregunta Latouche.

Negavatio
Una propuesta para calcular la energía ahorrada.
En 1989, Amory Lovins, del Rocky Mountain Institute de Estados Unidos, acuñó el término negavatio para referirse a la unidad de medida para la eficiencia energética, o lo que es lo mismo, de la energía ahorrada. Durante una célebre conferencia en Montreal, Lovins criticó el enorme e inútil gasto que EEUU asumía en suministrar electricidad, cuando se podía hacer de manera mucho más barata y eficiente. Concretamente, el concepto del negavatio consiste en invertir para hacer más eficiente el consumo energético en lugar de hacerlo para generar más energía. Los beneficios serían tanto para la economía como para el medio ambiente.
Lovins especuló acerca de un posible mercado en el que se pudiera negociar con estas unidades.
Factor 4
Podemos ser cuatro veces más eficientes.
En 1972, un informe elaborado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) por encargo del Club de Roma dejó atónito al mundo al plantear que el crecimiento ilimitado no era posible en un mundo limitado. Casi 15 años después, el Club de Roma encargó un nuevo informe, esta vez escrito por A. Lovins, autor del negavatio, y E.U. von Weizsäker, del Instituto Wuppertal de Alemania. El informe afirmaba que con la tecnología disponible era posible multiplicar por cuatro la eficiencia e incluso aumentar el bienestar reduciendo a la mitad el consumo de los recursos y conservando el resto. Pero la eficiencia tiene un temido efecto rebote conocido como la paradoja de Jevons que hace que el consumo de un recurso aumente cuando se incrementa su eficiencia.
Disvalor
Todo lo que no tiene en cuenta la economía.
Fue en 1968 cuando pensadores como Ivan Illich utilizaron por primera vez este concepto enmarcado en una crítica al economicismo. El disvalor se refiere a las pérdidas que no se pueden calcular en términos económicos. El filósofo alemán, conocido iconoclasta, puso como ejemplo la imposibilidad de estimar desde la economía la pérdida que le supone a un individuo la ausencia de pies en un mundo dominado por el automóvil: «El economista no tiene ningún medio de valorar qué le pasa a una persona que pierde el uso efectivo de sus pies porque el automóvil ejerce un monopolio radical sobre la locomoción». En la misma línea, otros autores critican la incapacidad de la economía para calcular el valor de los factores que aumentan el bienestar, como el tiempo libre.
Downshift
Un cambio de vida hacia la simplicidad.
Adoptar la simplicidad como modo de vida es el lema de varios de los movimientos que surgen paralelos al decrecimiento. Uno de ellos es el downshifting (rebajar nuestro ritmo de vida), muy similar (y de hecho se han unido) al movimiento Slow (apología de lo pausado). El estilo de vida slow o downshifted supone trabajar menos y dedicar más tiempo al bienestar: a estar con amigos y familia, a comer despacio, a pasear y deleitarse. Las posibilidades de lograr un downshift son más altas en las ciudades pequeñas (según el movimiento Slow, con poblaciones de no más de 60.000 habitantes). Se trata de cambiar el esquema de valores y el orden de prioridades en una sociedad en la que se dedica hasta diez veces más horas al trabajo que a los hijos.
Entropía
Lo que nos dice la teoría de la termodinámica.
El economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen fue el padre de la economía ecológica o bioeconomía, por lo que es tenido también como maestro por los teóricos del decrecimiento. Georgescu se replanteó la validez de la economía neoclásica –la vigente– al estar ésta desvinculada de la realidad física y biológica. La gran novedad de este teórico revolucionario fue incorporar a la economía las leyes de la termodinámica. Concretamente, Georgescu se basó en la entropía (segundo principio de la termodinámica) para hablar de la inevitable escasez económica: toda producción supone una reducción de la energía. El crecimiento era, pues, perjudicial y paradójico, por estar destinado a terminar con los recursos, necesarios precisamente, para crecer.
PIB verde
En busca del indicador más fiel a la realidad.
El fracaso del PIB como indicador del nivel de vida de una sociedad ha llevado a varios economistas a pensar en un nuevo medidor que incluya otros muchos parámetros, incluidos los del medio ambiente. Uno de los nuevos indicadores es la HANPP (Apropiación Humana de la Producción Primaria Neta de Biomasa), que mide la pérdida de biodiversidad. Pero éste no mide tampoco todos los aspectos que afectan a la realidad, por lo que se barajó la idea de crear un PIB verde o Índice de Bienestar Económico Sostenible (ISEW) o el Índice de Progreso Genuino (GPI). Quizás el medidor más extendido sea la huella ecológica, que calcula las hectáreas que cada persona necesita para satisfacer su vida, incluso para absorber el CO2 emitido.

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